Por:
Diego Andrés López Castaño
Tragedias
como la ocurrida en Mocoa, Putumayo, podrían evitarse, o al menos
mitigarse, si los colombianos pensáramos mejor a quiénes elegimos
como garantes del bienestar colectivo.
En
Colombia se ha convertido en una suerte de lugar común declararse
apolítico. Es decir, la gente, cansada de la corrupción y el
bandidaje de las clases dirigentes, siente que preocuparse por los
temas propios de la política no tiene sentido. De esta manera,
terminan más inquietos por un reinado de belleza, un partido de
fútbol o un reality show.
Pero
esta situación no deja de ser cuestionable, pues las decisiones
fundamentales sobre las problemáticas que aquejan a la ciudadanía
quedan en manos de personajes a los que, por lo general, no les
interesan. Un buen número de políticos profesionales se dedican
exclusivamente a promover el crecimiento de sus fortunas personales o
las de sus aliados. Y se sienten confiados de hacerlo al no tener una
veeduría ciudadana que les pida rendir cuentas y cumplir sus
promesas de campaña. Así pues, todas esas razones que esgrimen los
colombianos para despreocuparse de la política (corrupción,
desigualdad social, falta de oportunidades) son resultado
contradictorio de esa irreflexiva actitud.
Pongamos
un ejemplo: La terrible tragedia que dejó más de 300 muertos en
Mocoa, capital del departamento de Putumayo, parece que pudo
evitarse. En el año 2015 el parlamentario Orlando Aníbal Guerra de
la Rosa, en plenaria de la Cámara de Representantes y ante el
desinterés de sus colegas, advertía sobre el riesgo que los ríos
de la región representan para los pobladores. Por otro lado,
ambientalistas y campesinos afirman haber denunciado el riesgo por
deforestación, pero las autoridades departamentales, locales y
nacionales hicieron caso omiso a estos llamados.
Aquel
que quiera decir que no se pueden predecir los fenómenos naturales
seguramente no ha escuchado a científicos y ambientalistas alertando
sobre los riesgos del cambio climático. Así mismo, sobre el problema
de la deforestación y la mala planeación de las ciudades.
Situaciones frente a las cuales no se prestó la debida atención en
el departamento del Putumayo y sigue sin prestársele en las
diferentes zonas de riesgo identificadas a lo largo y ancho del país.
Resta
preguntar ¿quién elige a los gobernantes que no toman las
decisiones adecuadas para prevenir tragedias como las de Mocoa? Si
los colombianos dejaran la pereza y se preocuparan un poco más por
la construcción del bienestar común, seguramente serían más
cuidadosos al elegir a sus representantes. Este evento terrible que
nos entristece a todos es una prueba de lo problemático que puede
ser declararse irreflexivamente apolítico.